Los caballos giratorios,
blancos y de crines negras;
con ojos inexpresivos
y frentes llenas de estrellas;
subiendo y bajando van
con los niños vespertinos,
con los niños de alegría,
con los niños distraídos.
Un ángel ensimismado,
sopla, sonriendo, de lejos;
y una dulce canción brota
en las hojas de los fresnos.
La tarde llena de gloria
sonríe como una madre;
meciendo niños felices
en el regazo del aire.
En vano los campanarios
cansan lenguas amarillas,
recordando que ya es hora
de venir a oír doctrina.
Con beatífica sonrisa
y continente radiante;
El Mesías se maravilla
con los niños de la tarde.